sábado, 14 de julio de 2012

Oficio de escritor: Eric Schierloh



Entrevista / Escritor, editor, traductor.

Nació en Buenos Aires en 1981. Hasta la fecha ha escrito las novelas “Formas del humo” (premio del Fondo Nacional de las Artas, 2004; Beatriz Viterbo, 2006), “Kilgore o Todo vuelve a su cauce más pronto o más tarde” (finalista del I Premio de Novela Bruguera Editorial, España; Bajo la luna, 2010), “Donde termina el desierto” (premio del Fondo Nacional de las Artes, 2009; Bajo la luna, 2012), “Maguey o El cuaderno tapatío y La memoria de los peces”. También los libros de poemas “El Mamut” (Poesía reunida 2001/2004, próximamente en Bajo la luna), “El Hombre-Montaña” (Poesía reunida 2004/2006), “La Matanza del Ternero Cebado & la Insurrección de los Lúcidos en la Región del Maíz, Mattawamkeag” y “Frío en las regiones equinocciales” (próximamente en Barba de Abejas).
Con becas de investigación del Fondo Nacional de las Artes realizó las primeras traducciones al español de la poesía de Herman Melville, Lejos de tierra & otros poemas” (Bajo la luna, 2008) y de Henry David Thoreau, “La canción del viajero & otros poemas” (Barba de Abejas, 2012). Además, ha traducido uno de los diarios de Melville, “Diario a bordo del Meteor (1860) & otros textos” (próximamente en Bajo la luna), así como a Theodore Enslin, “Fin del invierno en Maine & otros poemas” (Barba de Abejas, 2012), Ralph Waldo Emerson, Raymond Carver, Dylan Thomas, Wilfred Owen y a algunos escritores de la Generación Beat, entre ellos a David Meltzer (próximamente en Barba de Abejas).
Y, como si fuera poco, dirige la editorial artesanal & digital Barba de Abejas, con sede en la ciudad de City Bell, provincia de Buenos Aires, Argentina, donde además reside.

En resumen, ha quedado claro: es escritor, editor y traductor, y docente, además. Lo cual quiere decir, para bien del propósito de esta entrevista, que se trata de alguien que puede decirnos algunas cosas sobre el oficio de escribir.

*

¿Qué le gusta más: escribir, editar o traducir; novela o poesía (qué con el cuento)? ¿Hay una prioridad entre todo o es un conjunto indivisible?
Escribo mucha poesía, a mano en libretas y en ratos libres, bastante salteado, y novela por las mañanas en la computadora, aunque siempre apunto fragmentos de capítulos en las libretas donde escribo poesía. En cuanto a la traducción, prefiero también la poesía, porque me permite concentrarme mucho tiempo en un texto relativamente breve. No esquivo traducir prosa, pero disfruto más la traducción de poesía pues es una especie de microtraducción, o una traducción más milimétrica, si se quiere. Me temo que si encarara la traducción de prosa con el mismo ánimo con que encaro la de un poema me demoraría un par de meses en una docena de carillas. Disfruto mucho escribir y traducir, por igual, y creo que todo eso es parte de una forma de vida. Casi no he escrito más que tres o cuatro cuentos, y dos de ellos terminaron siendo novelas. Es el género que menos leo y, sospecho que por esa razón, el que menos escribo.

¿Cuál de sus novelas o cuáles destaca?
No sé si la destaco, pero la última, Donde termina el desierto (recién publicada en Buenos Aires por la editorial Bajo la luna), trabaja con varias tradiciones bastante disímiles: la ciencia ficción apocalíptica (y hasta de zombies en cierta forma), la del viaje quieto, la poesía y filosofía japonesas, y está también esa tradición maravillosa del viaje marino. La primera versión la escribí a mano en un cuaderno en dos semanas; eso también la destaca al lado de las demás, más extensas en todos los sentidos.

¿Alguna lo decepciona a esta altura?
Hasta el momento ninguna de mis novelas me ha decepcionado. Claro que con el paso del tiempo asumo que les iría retocando alguna cosilla, pero ya llegará ese momento si alguna vez es absolutamente necesario reeditar alguna de ellas.

Sus números: Cuántas novelas, libros de poesía, cuántas traducciones.
He escrito cinco novelas (tres de ellas publicadas), una docena de libros de poemas (próximamente se publicarán los primeros cuatro bajo el título común de El Mamut), y he armado y traducido unos seis o siete libros.

¿Cuántos libros ha editado con Barba de abejas?
Por el momento dos antologías de poesía bilingüe, de Henry David Thoreau (La canción del viajero & otros poemas) y de Theodore Enslin (Fin del invierno en Maine & otros poemas), aunque estoy terminando los próximos tres, de David Meltzer, D.H. Lawrence y uno mío, todos de poesía, todos volúmenes dobles. La editorial está pensada para lanzar entre 2 y 3 títulos con cada nueva estación del año. Hasta ahora no ha fallado, aunque es cierto que los libros están saliendo más sobre el final de las estaciones que sobre el comienzo…

Cuénteme algo sobre usted.
Vivo en City Bell, una pequeña ciudad a 50 kms de la Capital Federal. Aquí en la casa somos cinco, Julia, Jack & Emma (nuestros hijos) e Irlanda, nuestra gata; pronto seremos seis, pues se sumará una perrita diminuta que los niños ya bautizaron Lupita. Trabajo medio día en la escuela secundaria tratando de enseñar literatura, y el resto del tiempo me dedico a escribir, traducir, editar y hacer libros y dibujar. Los fines de semana doy un taller literario a ocho o nueve chicos con algunos intereses más o menos serios en la escritura. Todo lo que gano con la literatura (y más, claro) me lo gasto en libros, materiales para hacer libros o máquinas para hacer libros cada vez más cuidados y en cierta forma diferentes. Me gusta ir de pesca, fumar y que el invierno dure mucho. Publico mis libros en una editorial de Buenos Aires (Bajo la luna) y dirijo mi propia editorial artesanal (Barba de Abejas, http://barbadeabejas.blogspot.com/), que pronto también será digital (www.indiebooks.com.ar). Creo que con eso es suficiente.

¿Cómo descubrió que le gustaba escribir y que era esa su vocación?
La verdad es que me di cuenta de que no iba a ser un buen guitarrista (o al menos no uno muy constante) y entonces intenté escribir. Y la verdad es que me ha ido mejor escribiendo que tocando la guitarra (algo que de todos modos sigo haciendo, claro); quiero decir que he logrado algunas cosas casi sin proponérmelo, aunque si me preguntaran qué es lo que quiero hacer en realidad, bueno, diría que lo que quiero es tener una banda pequeña de 3 ó 4 amigos, pasar temporadas de 2 ó 3 meses en una camioneta recorriendo pueblos y ciudades tocando y escribiendo diarios de viaje y sacando fotos de puentes abandonados y animales muertos tirados al costado de las rutas, y grabar discos low-fi en garages, &c. No es que cambiaría una cosa por la otra, pero…

Cuándo estuvo decidido a ser escritor, ¿cómo se formó?
Me formé en el altillo de la casa de mis padres: vendí mi guitarra, mi amplificador y hasta los cables y me compré unos 100 libros. A eso le sumé otros tantos libros de la biblioteca de mis padres. Lo que hice fue leérmelos todos en algo más de un año; incluso los que no me gustaban; era como un ejercicio de formación. De tanto en tanto estudiaba algo para la carrera de letras, pero lo que en verdad estaba haciendo era leer para la carrera de escritura, que aquí no existe. Por cierto: empecé copiando a los poetas surrealistas, algo que no se puede hacer en una guitarra (creo).

¿Haber ido a la facultad le ayudó a aprender a escribir o le aportó más en otro sentido?
Haber ido a la facultad me quitó mucho tiempo para leer lo que quería, pero me permitió conocer autores y libros que tal vez hubiera tardado mucho en cruzarme siguiendo mi propio camino (Nota: también es cierto que llegué a muchos de los mejores libros que he leído gracias a los libreros de mi ciudad. Y ese podría ser un buen consejo para un escritor joven: que recorra librerías de viejo y hable con los libreros, que pregunte hasta que lo odien o, por fin, se acostumbren a su presencia fantasmal y le inviten un café.) La verdad también es que para escribir (para escribir ficción y sobre todo para escribir poesía) lo más importante es vivir la mayor cantidad de experiencias posibles, tener un buen grupo de amigos, y cosas así. No creo que sea más importante estudiar Letras de lo que puede llegar a serlo estudiar Antropología, como fue el caso del viejo Kurt Vonnegut.

¿Qué solía leer en su infancia, luego en sus veintes y qué lee ahora?, ¿cómo ha cambiado su gusto y su forma de leer?
En mi infancia no leía casi nada, algún libro de vez en cuando; la verdad es que prefería ir de pesca, hacer deporte y desarmar cosas, o romperlas directamente. Hacia los 15 empecé a leer a Poe, Hawthorne, Melville, Twain, y mucha poesía; eso nunca ha desaparecido. Luego se agregaron los escritores del siglo XX que mi padre tenía en su biblioteca (como Chejov, Maugham, Hemingway, Cortázar o Borges), y eso tampoco se ha ido. No creo que haya cambiado el gusto, sino más bien que se ha ampliado y fragmentado (a veces estoy leyendo tres o cuatro libros a la vez, y traduciendo otro, ¡y escribiendo dos! En fin…).

¿Cuáles han sido sus influencias (incluyendo la música) y cómo le han servido?
Para mí MetallicA recorriendo los Estados Unidos en una camioneta y tocando para 150 campesinos a la orilla de un arroyo infestado de caimanes a comienzos de la década de 1980 (es decir, mientras yo gateaba) es tan aleccionador como la poesía de Rimbaud, como las primeras novelas de Melville, como la soledad de Juan L. Ortiz, la epifanía de Bob Dylan, 3 meses intensos en los que tocamos covers de Nirvana, Ramones, Él mató a un policía motorizado, Black Sabbath, Peligrosos Gorriones y Massacre con unos amigos en un garage de la casa de Buck, mi amigo-hermano, etc. A mí me influencia ese impulso de que las cosas avancen sin mirar más allá. Después vienen los estándares, las mesetas de la comodidad, que están bien ganadas, pero que pueden hacer que se pierda mucho de esa inercia inicial, algo vertiginoso que indudablemente está ligado a la adolescencia y la irresponsabilidad. Kurt Vonnegut decía que el artista tiene que luchar contra sus propias limitaciones; eso es lo que me influencia. Leer escritores luchando por salir de un embrollo en el que ellos mismo se metieron sin saber muy bien por qué, el rock desprolijo pero auténtico, las letras simples pero que te explotan en la mente, no los poemas que te dejan mudo sino los libros de poemas que se leen de corrido como un diario.

¿Cómo se sintió al terminar de escribir su primer texto largo, y luego, cuando fue publicado por primera vez?
Escribí mi primera novela en cuatro meses, en una computadora muy vieja en la que apenas se podía correr algún programa más o menos básico y que todavía debe estar guardada en algún lugar en la casa de mis padres. La verdad es que cuando la terminé me pareció como estar de viaje, y quería seguir. Así que incluso antes de corregirla ya estaba escribiendo otra, y mientras escribía la segunda estaba pensando en la idea de otras dos. Luego de corregir Formas de humo, mi primera novela, la envié a un concurso, obtuvo un tercer puesto y con el dinero que gané la publiqué en la editorial rosarina Beatriz Viterbo. Verla impresa es un gran momento, pero la verdad es que eso dura poco; un libro está quieto, y se publica cuando uno ya está dos o tres libros delante. Lo que yo quería era seguir moviéndome con la escritura, avanzar. Es un momento excitante cuando se ve materializado lo que uno hizo, pero no deja de ser efímero. Para mí la escritura, la emoción del movimiento constante de la escritura, es el único móvil perpetuo que existe.

¿Tiene una disciplina o algún ritual para escribir o lo hace de manera aleatoria y cuando siente que es momento?
Trato de escribir por la mañana, pero en realidad escribo cada vez que puedo. Siempre tengo libretas, o cuadernillos a la mano. La disciplina sirve para cumplir con tiempos que uno se fija (y entonces trato de utilizarla, por ejemplo, en los proyectos de traducción); la ficción la escribo a los saltos, en medio de otros proyectos y de lecturas alternadas, como ya dije, en agujeros temporales de rutinas, y tal vez eso haya determinado algo su forma.

¿En qué momento empezó a hacerse consciente de todos los componentes de la prosa y la poesía? Y desde entonces ¿qué tanto corrige y revisa, qué tantas inseguridades tiene?
Me parece que siempre se escribe desde la inseguridad. Trato de no ser muy consciente de los mecanismos de la escritura: una vez que se dominan más o menos naturalmente algunas cuestiones muy básicas (la creación de un personaje, delinear un argumento nimio, bosquejar una trama llena de espacios vacíos o pozos) se puede escribir con casi nada planeado, en terreno no seguro, digamos. Prefiero la sorpresa de la escritura (y el fracaso, evidentemente) que la seguridad de la historia bien construida. Es un defecto, lo sé, pero tiene que ver con disfrutar más del proceso que de lo que los demás esperan del resultado (incluido yo mismo). Para mí la ficción tiene algo de diario, y el diario tiene el único plan de la contingencia.

¿Entre sus amistades cuenta con colegas? ¿Al criterio de quién somete sus nuevos textos?
Mis textos los leen algunos amigos muy cercanos y mis editores. Siempre acepto sus sugerencias y no pocas veces han modificado mis textos. Siempre les agradezco, textualmente. Tener un editor que siempre va a decirte algo por el bien de todos, del texto, del libro y del escritor, es otra de esas cosas que hay que cuidar y agradecer.

(LUEGO VINIERON LAS TRADUCCIONES)

¿Cómo ha sido su relación con el inglés?
La segunda lengua en mi familia es el francés, así que digamos que estaba acostumbrado a lo de tener o escuchar otro idioma. En lugar de estudiar con mi madre, me interesé por las letras de algunas bandas de rock que escuchaba; luego pasé a la poesía de los románticos ingleses, de los beats, y de allí a la literatura norteamericana del siglo XIX y XX. Nunca lo estudié académicamente, sino de la misma forma que “estudié” la escritura. Aunque, ahora que lo pienso, si hubiera estudiado con mi madre entonces tal vez podría haber imitado mejor a los surrealistas…

¿Suele estudiar gramática y lexicología?, ¿cómo se prepara un traductor literario?
Suelo estudiar esas cosas cuando son curiosidades o bien cuando son un problema, cuando me encuentro con un caso que no puedo resolver o que simplemente me despierta curiosidad; después de eso, me queda más o menos incorporado. Creo que la mejor preparación para la traducción es la lectura y la relectura de una obra, y los muchos borradores. Mucha lectura acumula “problemas”, y si esos “problemas” se van solucionando con una gramática o con ensayos de traducciones, pues entonces se va aprendiendo una lengua para traducirla (aunque no necesariamente para hablarla, claro).

¿Recomienda a quien quiera escribir leer en otros idiomas?
Sí, pero en la misma medida que podría recomendarle viajar y escuchar el habla de otros lugares, y escuchar música, y leer sobre la vida de los pintores, y ver películas. Leer en otro idioma es abrir el panorama a una lectura más profunda, pero no creo que sea imprescindible. Como lector es una ventaja indiscutible, porque se puede acceder a un texto 1, 2 ó 10 años antes de su traducción al español (eso por no mencionar los casos en los que la lengua de origen de un texto es el único puente para abordar esa obra, como lo fueron para mi los casos de la poesía de Melville o Thoreau, o sus diarios). Como escritor la verdad es que no creo que sea imprescindible, a no ser que se quiera escribir un Ulises el doble de desquiciado.

¿Por qué Melville, Carver, Thomas, etc?
Melville es uno de esos viejos tercos inamovibles: se ha conseguido un lugar del que difícilmente vayan a sacarlo con lecturas tontas o inocentes de sus libros; creo que es el Shakespeare de la literatura de los Estados Unidos, y el más borgeano de los escritores estadounidenses del siglo XIX: lo que hizo  con los géneros literarios, con la escritura de ficción, y con su propia vida es maravilloso, casi como lo son Joyce o Gaddis en el siglo XX: ellos son mojones en el largo camino de la evolución (sin progreso necesariamente) de la literatura. Thoreau es raro y está solo, y es más terco que todos los otros juntos, y aunque muy poco le importe lo que pensemos de él y de sus libros. Carver fue un gran descubrimiento, igual que Buckowski como poeta. Dylan Thomas es el poeta del rock, aunque no haya fotografías de él con anteojos de sol: era imposible escuchar a Velvet o a Bob Dylan y no terminar sumergido en sus poemas. Me parece que Lou Reed es el otro gran poeta del rock, y por cierto él sí tiene muchas fotografías con anteojos de sol.

¿Podría pensare únicamente en las traducciones como una forma de ganarse la vida?
Creo que podría hacer una traducción por encargo siempre y cuando sea de un escritor que yo mismo quisiera traducir, o que me inquiete, y siempre y cuando me dieran además todo el tiempo que necesite. Afortunadamente, nada de eso va a ocurrir muy pronto que digamos.

¿De qué vive?
Vivo de mi trabajo de profesor, y eso me permite ser absolutamente libre en lo que quiero escribir o traducir; puedo tomarme el tiempo que quiera, traducir lo que quiera y editarlo como mejor me parezca y cuando quiera. Esa libertad no tiene precio si uno cubre las necesidades básicas (digamos: tener una casa y poder pagar sus cuentas) y no aspira a tener un automóvil nuevo cada dos o tres años, irse muy lejos de vacaciones o cosas por el estilo.

(LUEGO VINO LA DOCENCIA)

¿La docencia es una forma de asegurar sus ingresos o estaba dentro de sus planes?
Siempre estuvo al margen de mis planes más importantes, pero de una u otra forma estuvo en mis planes desde el momento en que me decidí por una carrera universitaria, aunque ya antes del principio la entendí como una forma de comprar la libertad de la que hablé antes. No es sólo eso, pero es en gran parte eso. Lo hago con mucho gusto, pero la verdad es que es lo seguro que me permite arriesgarme en lo no seguro. Soy como alguien que trabaja en una carpintería por la mañana y se va a surfear toda la tarde.

¿Cree que es imprescindible estudiar para ser bueno con la literatura?
Si uno escribe o quiere escribir siempre está estudiando cuando lee; eso en cierta forma es una pérdida de frescura en la lectura, pero permite también entrar en un texto como se entra a un bar lleno de amigos más o menos conocidos, ¿no?

¿Qué piensa acerca de los estudiantes que llegan a sus clases, del nivel (creatividad y originalidad) de los más jóvenes?
Creo que viven en un mundo de estímulos muy rápidos, cambiantes y profundamente visuales. No creo que esté mal, creo sí que no se lleva muy bien con la lectura (tradicional al menos) de ficción. Trato de transmitirles la pasión por la lectura y la escritura de literatura, pero lo cierto es que se logra en 1 de cada 20 ó 30 casos.

¿Enseñando, ha aprendido algo útil para su oficio?
Ponerte en el lugar del que va a “enseñar” te enseña antes que nada a cultivar o profundizar la humildad; te obliga a repreguntarte muchas cosas, y en ese sentido es un trabajo muy fructífero espiritualmente. Eso es lo mejor de la docencia: que te obliga a repasar y repensar todo el tiempo cosas que das por sentado, que no necesariamente llegan como uno cree y, tal vez por sobre todo lo demás, la docencia necesita de frescura, de improvisación, de agilidad, de adaptabilidad, y eso siempre es bienvenido. Enseñar es como nadar contracorriente: y eso, al menos por ahora, me parece estimulante.

(LUEGO VINO EL CAMPO EDITORIAL)

Ahora, teniendo en cuenta la cantidad de personas en el mundo y que hay más aspirantes a ser escritores, ¿cree que hay espacio para todos?
Creo que hay lugar para todos, claro, y que cada uno, si lo hace con verdadero esfuerzo y pasión, ya irá encontrando su espacio: tarde o temprano llega. Estamos hablando de espacio simbólico, no de un viejo teatro con 1000 butacas, 940 de ellas ocupadas. Afortunadamente el capital simbólico de una región, lengua, país o lo que sea puede crecer sin límite, y a eso deberíamos aspirar todos, cada quien con lo suyo.

¿Qué sensación le despierta ver que la gran industria editorial tiende a publicar cosas caras pero de poco valor, efímeras e irrelevantes?
Me molesta que se editen cantidades impresionantes de material a sabiendas de que sólo se va a vender un cierto porcentaje más o menos fijo, determinado por el estúpido shock de la publicidad y la especulación: así funciona la industria: si imprimo 1000 vendo 300, si imprimo 10000 vendo 2900, y el resto a saldo o a pulpa. Me parece un comportamiento neurótico, que además atenta contra la construcción de un catálogo, que es como la espina dorsal de una editorial, ¿no? Por otro lado, trato de contrarrestar esa suciedad visual y mental dedicando mi tiempo a husmear en la proliferación de editoriales medianas (medianas porque han crecido a fuerza de trabajo), pequeñas o directamente minúsculas, como es el caso de Barba de Abejas. En este sentido la industria del libro no es diferente de la del cine. Hay que buscar en otros lugares, y tratar de encontrar (me refiero a no ponerse conservador, o demasiado exigente) para que la búsqueda continúe siempre. Lo cierto es que la industria del libro está llena de animales invertebrados que editan libros como lo mismo podrían vender zapatos.

¿Qué le parece más sano para la cultura: que cada vez haya más escritores o más editoriales?
Ambos, siempre y cuando apunten, de una u otra forma, a construir una alternativa (por pequeña que sea) vertebrada.

¿Le parece que debería imprimirse menos?
Por una cuestión ecológica (aunque es una parte pequeña del problema de la deforestación) sí, y además por esa neurosis estúpida del “quemar para rodar” de las industrias que me molesta y mucho. Creo que el libro digital nos puede ayudar con eso, al menos con eso. Creo también que si hubiera buenas bibliotecas públicas los compradores de libros no comprarían por terror, como ocurre aquí en Argentina, donde muchos compramos libros porque sabemos que van a tardar muchos años en reeditarlo, si es que lo reeditan alguna vez. Pongo un ejemplo: que alguien intente conseguir los libros de cuentos de una de las mejores cuentistas de los Estados Unidos, Lorrie Moore, que aquí se publicaron digamos hace diez años.

(BARBA DE ABEJAS)

¿Cómo ha sido su formación como editor?
Me estoy formando (al igual que como escritor, padre, pescador, etc) leyendo y hablando mucho con las personas que ya lo han hecho antes: en el caso de la edición, en invalorables y largas charlas con mis editores de Bajo la luna, Miguel Balaguer y Valentina Rebasa; trato de participar del proceso de edición de los libros, pero por sobre todo imaginando cómo haría yo determinado libro que encuentro: pensando cosas como diagramación, materiales, oportunidades en la traducción, etc. Hablar con “los viejos” (o con los que nada saben al respecto y entonces tienen ideas descabelladas) siempre es bueno. Hay dos clases de personas que pueden decirte qué hacer: tu abuelo y tu hermano menor o tu sobrino. Uno te va a decir algo objetivo, digamos que estudies para profesor de escuela, y el otro te va a decir un sueño, algo como por qué no ser astronauta. En mi caso, profesor + astronauta = escritor.

¿Dónde aprendió todo lo que sabe sobre maquetado, imprenta, papel, corte, prensado, encuadernación?
En mi minúsculo taller: he destrozado libros para verlos desde adentro (como hacía con todo lo demás cuando era niño), he cortado y cosido materiales impensados para un libro (¿un ejemplo?: las tiras de tela sintética de las bandas depilatorias), he impreso muchas locuras de formato simplemente para ver lo ilegibles que quedaban, he plegado papel hasta creer que era medio japonés, la diagramación y la tipografía son mundos infinitos que explorar, etc. Aquí hay prueba y error, y muchas sonrisas y dedos cansados (cuando no cortados) al final.

Barba de Abejas es un pequeño gesto de rebeldía, al parecer y en cierta medida, contra la típica estructura mercantilista editorial. ¿Que opina al respecto, es así?
Así enunciado puede prestarse a confusión. Me gustaría explicarlo de este modo: los libros de Barba de Abejas son libros con mucho trabajo encima en todos los aspectos, y eso me parece que se nota cuando los lectores llegan a ellos. Las tiradas son de 50 ejemplares y se reeditan también de a 50 o por demanda si no hay una reedición en curso. La rebeldía de un proyecto como este y tantos otros tiene que ver en todo caso con ubicar los libros de una forma también artesanal, pensar en un lector y contactar con él, acordar con los libreros un plan de trabajo que implica que van a ganar menos de lo que ganarían con un libro industrial, participar del boca en boca, tener todo el tiempo del mundo para esperar, construir un catálogo, etc. Creo que la rebeldía pasa por dejar de soñar con insertar los libros en una editorial enorme y ponerse a editar uno mismo, creando la imagen de la editorial, el diseño, buscando los materiales, aprendiendo cosas nuevas, caminando mucho, etc. La rebeldía de la edición minúscula alternativa o independiente pasa por la acción en lugar de por la tonta especulación de sueño americano.

¿Qué planea editar más adelante?
En lo que queda de este año saldrán (próximamente, como parte de la temporada invierno): Tortugas en la bahía de D.H. Lawrence, Ladrido. Una polémica & El Arte / El Velo de David Meltzer, Costamarina (seguido de Diario de Costamarina) de Eric Schierloh; (en Primavera) Caminos secundarios a pueblos lejanos de Matsuo Bashō,
Por favor, planta este libro de Richard Brautigan; (y en el verano) Der Struwwelpeter de Hoffmann traducido por Mark Twain de Heinrich Hoffmann y Naturaleza de Ralph Waldo Emerson. El año que viene saldrán 2 libros más de Henry Thoreau (Diario de Walden. Notas en la laguna) y de Theodore Enslin (Panorama de New Sharon), y hay planeados libros de poesía/viajes/ficción de Mary Shelley, Herman Melville, Stendhal, Tocqueville, Arthur Rimbaud, el indio apache Gerónimo, Robert L. Stevenson, Thomas Bailey Aldrich, Robert Frost, James Joyce, Wilfred Owen y Captain Beefheart. Y siempre, siempre hay o hacemos lugar para sorpresas descabelladas que siempre, siempre nacen de un sueño o de un desafío.

 Maurice Brosandi Betancourth

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