lunes, 26 de noviembre de 2012

Poeta: Walter Cassara



Entrevista


(Buenos Aires, 1971). 
Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires.
Es poeta, narrador, traductor y crítico. 
Sus colaboraciones aparecieron en distintas publicaciones del medio como Radar libros (“Página/12”), el suplemento Cultura y ADN del periódico “La Nación”, las revistas “Diario de poesía”, “Hablar de poesía”,  “Otra parte”, “La estafeta del viento”, “Cuadernos hispanoamericanos”, entre otras.
Como traductor, participó en el volumen colectivo Ian Curtis. Reversiones, y junto a Daniela Camozzi, publicó Cancion de cuna y otros poemas de Joseph Brodsky (2009).
 Publicó Juegos Apolíneos (1998); Rígida Nieve (2000); El paseo del ciclista (2001), Máquina de trinar (2007), Nostalgia y otros poemas. Antología personal (2011) y El oído del poema (2011). Este último ha sido galardonado con el “Primer Premio de Ensayo” del Fondo Nacional de las Artes, Argentina, 2010.
Actualmente, dirige un sello editorial independiente de poesía y ensayo literario: Huesos de jibia.
*
  
¿Cuándo comenzó a escribir? ¿Cómo fue su descubrimiento de la poesía?

Bueno, en la escuela primaria ya escribía mis cositas; me destacaba un poco por eso, por cierta destreza para las composiciones literarias, cierta facilidad para el manejo del lenguaje escrito, aunque no para el aprendizaje ortodoxo de la lengua, ni el aprendizaje de ninguna materia, en realidad. Me gustaba un poco la biología, y trabajar en una pequeña huerta que había en mi escuela. Me gustaba mucho estar en la calle. En todo lo demás, era bastante nulo, anodino o inútil. De hecho, fui diagnosticado prematuramente como un caso de “abulia convulsiva” (sic). Solía pasar de la apatía total a un estado de exacerbación violenta o febril, sin solución de continuidad. ¡Insoportable! Quien hizo el diagnóstico fue la señorita Norma, que supuestamente me apreciaba mucho, y que era la encargada de dar las materias de lengua y literatura. Una mujer encantadora, hermosa, tocaba el piano y cantaba muy bien. Era un poco depresiva o melancólica. En parte, creo que su diagnóstico fue una proyección de su propio temperamento en el mío, aunque algo de razón tenía, ya que siempre fui bastante ocioso e imaginativo, un atorrante –como me decía la abuela–, un vago de vocación, incluso para escribir. Me cuesta mucho sentarme a escribir, doy muchas vueltas antes de hacerlo, y al final lo hago, pero un poco a regañadientes, como si fuese en contra de mi verdadera naturaleza, que es el ocio, el sueño y la fantasía. Todo esto, claro, da muy bien con el patrón abúlico que me infringió la señorita Norma, y puede desembocar fácilmente en una depresión profunda, por lo cual tengo que mantenerme alerta, ya que desde siempre estuve bordeando un poco esa cornisa de la depresión, aunque nunca llegué a hundirme del todo.
Pero el verdadero descubrimiento de la poesía, el primer encuentro o choque con el estado poético, lo tuve al dejar la infancia, en la primera adolescencia. Suele decirse que los chicos son poetas en estado natural, lo cual me parece totalmente cierto, pero yo creo que el descubrimiento de la poesía ocurre en la adolescencia, cuando uno empieza a cuestionarse todo lo que le han enseñado, cuando empieza a buscarse a sí mismo y a tratar de expresarse, en fin, cuando se vive del modo más intenso y en un plano más consciente. Es más, creo que la poesía no es otra cosa que un epifenómeno de la adolescencia, una síntesis de ese máximo punto de combustión (y de intoxicación) que alcanzan el alma y la carne, al dejar atrás el paraíso de la infancia y confrontarse con el mundo real. Por eso, Rimbaud es una figura esencial, el gran guía, el piloto sagrado, porque logró lo imposible: escribir y vivir en sincronía con ese momento absoluto, logró –como él mismo decía— conjugar y encarnar el verbo absoluto, “el verbo accesible a todos los sentidos.”
Yo descubrí a Rimbaud más o menos por la misma época en que empecé la secundaria. Un día, hurgando en una librería de Morón (una localidad perdida en el gran conurbano bonaerense,  donde nací y pasé toda mi adolescencia), una librería que se llamaba Río Nocturno (creo que aún existe) y que se especializaba sobre todo en textos escolares y bestsellers, di por casualidad con las Iluminaciones y la Temporada. Me acuerdo que ambos libros estaban sin tocar, perdidos y apretujados en un estante de textos esotéricos, de autoayuda o algo así. Era la edición de esta editorial mexicana, “La Nave de los Locos”… Venía con ese dibujito en la tapa de Rimbaud con sombrero de copa, fumando en pipa y caminando a grandes zancadas, un dibujo muy lindo de Verlaine. Leí la primera página de las Iluminaciones; todavía me acuerdo, como si fuera hoy, del impacto que me produjo ese chorro vertiginoso de imágenes tan extrañas, tan bíblicas, tan límpidas y a la vez… (¿cómo decirlo) tan abyectas: la liebre rezando después del diluvio, los niños de luto mirando las “maravillosas imágenes”, el matadero y el circo, las calles sucias, el piano de Madame X en los Alpes… Fue un flechazo, me enamoré de esos libritos, me los metí en el bolsillo y me los robé sin pensarlo un segundo. Los llevaba conmigo a todas partes, incluso llegué a estudiarlos en francés con un profesor de la secundaria (yo tuve francés los cinco años del bachillerato, en esa época se estudiaba todavía francés e italiano, no sólo inglés)… Con este profesor, descubrí también a Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Laforgue, Lautrémont… en fin toda la alta escuela de estudios de los maudits.


¿Se considera un escritor maldito?

[Risas]... Bueno, ese cóctel de lecturas deja graves secuelas en un adolescente, para qué negarlo. Pero “maldito” es en la actualidad una categoría un poco de cotillón ¿no? Viene en la misma bolsa que todo el confeti más o menos esnob que podés adquirir en cualquier librería, o bajarte a tu lectora de e-books. ¿Quién es hoy un escritor maldito? ¿Salman Rushdie? ¿Chuck Palahniuk? ¿Fogwill? En su momento, a Sábato también se lo consideró un escritor maldito, sólo por haber escrito sobre los ciegos, por ser misógino, apocalíptico y antiperonista, y por pintar unos cuadros expresionistas horribles… Michael Ende (por decir algo) era mucho más maldito que Sábato. Y ni qué hablar de Lewis Carroll y de Bugs Bunny y de Caperucita Roja.
¿Pero cómo ser maldito hoy? ¿Te podés imaginar a Rimbaud sentado en un starbucks, twitteando con sus fans de la red y recomendando la nueva novela de Pérez Reverte o el último premio Herralde? La globalización acabó con muchas cosas, entre ellas una muy importante para la literatura: la dimensión transgresora, la posibilidad de patear el tablero, de escandalizar a las buenas conciencias burguesas; hoy ya no existen las buenas conciencias burguesas, sólo hay tecnócratas, hombres grises operando cuentas bancarias desde las sombras; nadie puede llamarse a sí mismo “maldito” sin hacer el ridículo o sin quedar en evidencia como una figurita de marketing. De todos modos, los escritores verdaderamente malditos suelen pasar inadvertidos, son casi invisibles, etéreos, como si no hubieran tenido una existencia real, como si fueran sólo creaciones literarias, monstruos imaginarios. Pienso en tipos como Walser o Pessoa, que estaban completamente fuera de este mundo, pertenecían a una esfera casi sobrenatural. Y sin embargo, escribieron, publicaron algunos libros, se las arreglaron de algún modo para estar entre nosotros. A lado de ellos, al lado de Walser o de Pessoa… No sé, todo el resto, el elenco de malditos oficiales, parece un poco sobreactuado: Baudelaire es sólo una vedette narcotizada, Rimbaud un niño genial y chapucero…


 ¿Ha leído a Fernando Vallejo? ¿Le gusta? ¿Le parece un escritor maldito?

Lo leí poco, La virgen de los sicarios, El desbarrancadero, esa biografía de José Asunción Silva, Almas en pena, chapolas negras, absolutamente maravillosa. Me parece un gran estilista, tiene al menos una gran conciencia poética de la lengua en la que escribe; tiene un estilo, quiero decir una página suya es reconocible a simple vista por el ritmo, el vocabulario, la voz… algo que no es muy habitual en la narrativa que se hace actualmente, donde uno puede con mucha facilidad intercambiar una página de un autor con la de otro, sin que nadie advierta la diferencia. En eso se lo podría comparar con Céline ¿no?, salvando las distancias. Digo: en la conciencia radical de la lengua. ¿Por qué pensás que Céline es tan execrable para la república francesa? ¿Por haber escrito unos panfletos antisemitas, por haber sido colaboracionista? Nada de eso, yo creo que era (y sigue siendo) un maldito por su conciencia visceral y su absoluto dominio de la lengua en la que escribía. En ese sentido, Flaubert también era un maldito. Y lo fue, sin duda, en nuestra lengua, Cervantes… Ahora, volviendo a Vallejo, no tengo muy claro cuál sería su parte maldita ni cuál es su enemigo: ¿la iglesia católica, los narcos, Darwin? Quizás su única maldición sea haber nacido en Colombia. Muy bien, sí, pero en ese sentido ¿quién no es colombiano?
Por otro lado, está lo que te decía antes, el tema de la invisibilidad. Para ser un maldito en estos momentos habría que ser invisible, pasar por esta vida casi sin dejar rastros, salvo un baúl repleto de manuscritos, abandonado en algún altillo lleno de telarañas y trastos viejos. Hace poco viajé a Lisboa y me encontré con el aura de Pessoa en cada esquina. Es una ciudad hecha a la medida de su genio, una ciudad detenida en el tiempo, con una luz muy vívida, misteriosa, esperpéntica, casi surrealista, como un álbum coloreado para niños, pero con dibujos de Xul Solar. Tiene una impronta masónica muy clara, en la arquitectura pero también en el temperamento de la gente, todo el mundo parece pertenecer a algún tipo de hermandad secreta, todo el mundo se llama Campos, Soares o Caeiro. Una ciudad ideal para volverse invisible, para no ser nada ni nadie, para refractarse sólo en el propio trabajo de la imaginación y la escritura, que es lo que hizo Pessoa, y que es lo que hacen –en la medida que su situación económica y su vanidad se los permite— la mayoría de los poetas. En cualquier caso, Pessoa excede el territorio de la poesía y de la literatura. Yo creo que dentro de unos años será reconocido como uno de los grandes teóricos del siglo pasado, en el mismo plano que Freud o Marx, por decir algo. De hecho, a su modo, Pessoa también se plantea el problema de la esclavitud. Creo que la heteronimia no es meramente un recurso estético, es también un gran descubrimiento científico; ofrece un modelo psicológico y un método filosófico para liberarse de la esclavitud del yo, de la esclavitud del deseo y del dinero, e incluso de esa otra forma de la esclavitud llamada literatura.


¿Considera la literatura como una forma de esclavitud? ¿En qué sentido?

Bueno, quizás no exista ninguna forma de socialización que no esté determinada por la esclavitud. En la medida que es también una actividad social, la literatura implica una especie de esclavitud solapada. Lo increíble de Pessoa es que haya prescindido de todo, incluso del status social que podía otorgarle su enorme talento literario. Del mismo modo, es prácticamente imposible detectar en su obra algún tipo de “deferencia hacia el lector”, no hay guiños de seducción, ninguna interés por el afuera, algo que sólo se pueden permitir los genios o los locos; todo lo que no tuviera que ver con su teatro mental, con su poderoso universo imaginario, le resultaba impuro o degradante. Como los epicúreos, Pessoa pensaba que la única manera de liberarnos de la esclavitud es purificándonos de nuestras pasiones, cultivando el desapego absoluto. Álvaro de Campos dio una definición perfecta de esa esclavitud social y metafísica a la que todos estamos condenados: “vivir es pertenecer a otro. Morir es pertenecer a otro. Vivir y morir son la misma cosa. Salvo que vivir es pertenecer a otro de fuera y morir es pertenecer a otro de dentro.”
El ingeniero Álvaro de Campos encajaría perfectamente en el perfil de un serial killer, ¿no? Anoche, mientras cenaba, vi un episodio de esta serie que se llama Mentes criminales, donde suelen poner epígrafes muy interesantes; no recuerdo a quién pertenecía la frase que citaban en este capítulo, pero creo que a Pessoa le habría encantado; decía algo así: “mientras no comprendamos el motivo por el cual un niño, subido a una calesita, sonríe a sus padres en cada vuelta –y el motivo por el cual sus padres también le sonríen–, no sabremos nada del comportamiento humano”. ¿Qué diferencia hay entre ese niño sonriendo en la calesita y una ardilla que gira en una rueda y cada tanto se detiene a olisquear el aire? ¿Qué diferencia hay entre esa rueda y la rotación de la tierra? ¿Y entre la sonrisa de los padres de ese niño y los ojos de los científicos que estudian el comportamiento de la ardilla? ¿Y entre la mirada de los científicos y la mirada de Dios? Quiero decir: en tanto somos esclavos de un pathos, nuestro comportamiento es tan predecible como la sonrisa de un niño en una calesita, o el modus operandi de un asesino serial. No obstante, la oscuridad del alma es insondable.


Antes habló de una “conciencia poética de la lengua” como un factor determinante para la escritura. ¿Podría ampliar este concepto?

Me refería a lo que es posible sentir y pensar dentro de los límites concretos de la propia lengua.  Ahora bien, dichos límites son bastantes imprecisos, ya que no tienen nada que ver con las normativas estipuladas por la gramática; son como las manchas de nacimiento de cada persona, que sólo pueden detectarse en la intimidad. Es quizás lo que antes solía llamarse “el genio de una lengua”, y que viene a ser ese temperamento natural, inconfundible e intraducible, que se manifiesta en lo más espontáneo del idioma. Viviendo acá en España, a menudo me ocurre tropezarme con las múltiples caras de este esquivo “genio de la lengua” en cuestiones muy elementales que hacen al vocabulario de la vida cotidiana. De pronto, me encuentro en una verdulería, pensando en la palabra “ají” o “morrón”, y debo traducirla de inmediato a “pimiento”, porque si le dijera a la verdulera –que para colmo es rumana – “deme unos ajíes rojos”, probablemente no entendería a lo que me refiero. Y sin embargo, “pimiento” o “guindilla”, para mí son palabras que no pueden significar nada, palabras abstractas, sin voz ni resonancia alguna. O de pronto entro a una carnicería y pienso, saboreo la palabra “achuras” –que acá, creo, es lo que llaman “casquería”–. Para una mente peninsular, “achura” no representa nada. En cambio, a mí me suscita infinidad de cosas, desde sensaciones infantiles hasta ideas puramente retóricas o literarias.
Pero conviene tener mucho cuidado con esto del genio de la lengua, puede conducir fácilmente a puntos de vista extremos, a la xenofobia y la exaltación patriotera del carácter local,  e incluso a cierto casticismo disfrazado de populismo, o al revés. No hay nada más patético que el filólogo canchero, ¿no?, el académico que se las da de pícaro, que cree estar al día con el lenguaje de la calle y que pone a Catulo a la par de Ringo Bonavena. Yo tuve un profesor de clásicas que era un poco así. Podía analizar una égloga de Virgilio con una erudición apabullante, y al mismo tiempo… no sé,  ponerse a ponderar las virtudes del fernet con gaseosa, o a hablar del “estilo” y las ocurrencias de tal o cual comentarista deportivo, como si se tratara de un fragmento de Safo. Sonaba ridículo, impostado, lo mismo que si Ricky Maravilla se pusiera a discutir sobre mimesis y catarsis en la tragedia ática. Hay que andar con mucho cuidado con estos académicos que quieren encubrir su verdadera laya y terminan envenenando el noble vino romano con bebidas indigestas. De todas maneras, habría que hacer la prueba de encerrar al genio de la lengua en una botella de fernet, o mejor: en una de esas potentes “jarras locas” que tanto le gustan a los pibes… Después de eso, seguro, sale hablando latín a la perfección.


Cambiando de tema, en su primer libro de poesía, Juegos apolíneos, usted hace una relectura muy personal de los mitos griegos. Algunos críticos han señalado la influencia de Cavafys…

Puede ser, una suerte de Cavafys de garage. Me gusta mucho Cavafys, pero creo que mi libro estaría más bien en las antípodas de esa visión del mundo clásico, tan correcta y pulida. Sin duda, a Cavafys le habrían espantado los artefactos mitológicos, medio gongorinos o prerrafaelistas, que me inventé yo en esos poemas. Ahora, visto a la distancia, me parece que es un libro demasiado artificioso, me parece que se me ve fue la mano con el yeso y los arabescos arcaizantes. Sin embargo, por debajo de ese dibujo medio barroco de dioses alterados y de incidentes paganos, vislumbro una sintaxis diáfana, austera y bastante lineal a la que siempre, de un modo u otro, estoy volviendo…
 No tiene nada que ver con tu pregunta, pero me acuerdo algo que Canetti dice acerca de Kafka, algo que leí esta mañana y que me quedó dando vueltas en la cabeza. Canetti dice que a Kafka lo recorre una especie de “debilidad sonora”, una debilidad que es “una renuncia al más allá”. Dice que lo que en verdad se oye en la obra de Kafka es “el sonido de la renuncia”. Me parece que el aprendizaje de la escritura pasa por esa “debilidad sonora”, que uno sólo puede alcanzar en la renuncia –sobre todo en la renuncia a la poesía–. Pero, son pocos los que pueden alcanzar ese autodominio en un primer libro, ¿no?


Usted publicó su primer libro en 1998. ¿Se siente parte de la generación del 90?

 A estas alturas, te diría que la generación del 90 es sólo un disparate de Beatriz Sarlo, una mujer que padece el síndrome de Stendhal, pero aplicado a los shoppings, a los volquetes de basura y las leyes de flexibilización laboral. Una buena parte de lo que se llama “generación del 90” existe gracias a los devaneos teóricos de Sarlo en torno a los shoppings y la feria boliviana de Liniers. Son estos que ahora se proclaman en la “tendencia materialista”, a los que les encanta tocar el arpa sociológica y cuyo bolchevismo real no supera el de la mesa coordinadora de Franja Morada. Si lo más cerca de la izquierda que estuvieron fue en un recital de los Redonditos de Ricota. ¿Qué película soviética están viendo? Pasados los cuarenta años, creo es muy difícil tener una postura verdaderamente personal en poesía y mantenerse lejos de la seducción del poder, por más irrisorio que sea el poder del que estamos hablando. Lo más fácil es aprovecharse del contexto, sobre todo si el contexto es bastante precario como ocurre en la actualidad, y desde ahí sacarse la foto. A mí me parece que en el concepto de generación sólo se escudan los pusilánimes y los mediocres. 


Usted ha escrito también crítica, recientemente compilada en El oído del poema. ¿Piensa que la poesía y la crítica son actividades complementarias?

Creo que la intuición creadora y la mentalidad crítica son una sola, no están escindidas, al menos no en mi caso. He escrito crítica con el mismo instrumental y con la misma energía que utilizaría al escribir un poema. No podría hacerlo de otra manera, ya que no soy un crítico convencional. Al margen, disfruto mucho con la crítica inglesa, desde Samuel Johnson hasta Cyril Connolly. Es un tipo de crítica que prescinde de toda jerga teórica; tiene un tono muy próximo, casi conversado, cierta fluidez y esa como ligera elegancia que raras veces se aparta del sentido común, y que nada tiene que envidiarle a la prosa de ficción.


También ha realizado algunas traducciones de poesía. ¿Cómo le resultó la experiencia?

Creo que “experiencia” es un término muy justo para referirse a la traducción de poesía, en el sentido que es todo un viaje, una aventura que rebasa las fronteras habituales y profesionales del campo estricto de lo que se entiende por traducción. De hecho, se habla del “poema traducido” como una modalidad específica, un subgénero dentro del discurso poético. Me parece que hay algo de verdad en esto, porque quien intenta traducir un poema, además de afrontar los típicos percances que conoce cualquier traductor, tiene que lidiar con el substrato último e insondable de una lengua, que es su musicalidad propia, su genio natural, su fisonomía más oculta.  Por cuestiones prácticas, un traductor común tiene que pasar por alto ese problema, porque de lo contrario podría perderse en el fondo oscuro del estanque. En cambio, la poesía invita a aventurarse al fondo del estanque, no se contenta sólo reflejar lo que ocurre en la superficie. En este sentido, Holderlin es un referente insoslayable; los grandes teóricos de la traducción (Benjamin, Steiner, etc.) citan a menudo sus versiones de Sófocles y Píndaro como un paradigma de adherencia total a la sintaxis y la música del griego. Esta adherencia total sólo resulta posible a costa de sacrificar la inteligibilidad semántica y la lógica normativa de una lengua. Holderlin pagó con la locura y la burla de sus contemporáneos el hecho de aventurarse en ese territorio prohibido y completamente ajeno a la mayoría; para entender sus “transiletraciones” del griego al alemán, para entender su propio dialecto “ático”, hubo que esperar al menos doscientos años, hasta la aparición de Celan, cuya poesía parte de ese mismo precipicio “esquizofrénico” que Holderlin sondeó en la época del romanticismo.

                                       
Maurice Brosandi Betancourth

sábado, 8 de septiembre de 2012

El innombrable caso Sachwerhalt

Audios / Literatura

Ya hace treinta meses que llegué a vivir a Buenos Aires, y una de las primeras cosas encantadoras con las que me encontré fueron estos nueve audios, que entre apuntes sobre el oficio de escribir, historias de figuras importantes y consejos literarios, se ganaron mi aprecio. Hablo de las únicas nueve grabaciones subidas a internet del segmento “El innombrable caso Sachwerhalt” del programa radial “¿Cuál es?”  de la Rock & Pop. Lo raro del programa, lo que me llamó la atención, es que justo el año anterior al de mi llegada, es decir, en el 2009, el conductor del programa había fallecido, dejando su identidad como un gran misterio por resolver (sigue siendo mi misión saber quién era),  pues nunca la reveló.  O sea, nunca se supo –al menos yo como desinformado y extranjero no sé– quién era: lo único que sé es que se trataba de un escritor argentino, muy elocuente, de eses suaves, con una marcada admiración por Roberto Bolaño, posiblemente cuentista, quizás mayor, con predilección por los juegos de palabras, que le gustaba hablar, también que se trataba de alguien a quien no le molestaban los clichés, ni hablar de Hitler o de Castro, o replantear la imagen de Neruda.  En conclusión: lo único que sé de él es lo que puede escucharse en estos nueve audios que facilito en esta entrada.
La única advertencia que puedo hacer es que si no sirven para motivar al escritor en formación (el objetivo de este blog), al menos lo entretendrán, pues son audios realmente amenos.
1. En éste se pregunta ¿de dónde viene la nueva literatura latinoamericana?:

2. En éste da consejos sobre el arte de escribir cuentos (pero no son consejos propios, sino consejos que alguna vez escribió Roberto Bolaño):  


3.En éste deja claro que solo quería contar un relato:


4. En éste habla sobre los libros de memorias, y es en este en el que ve un tema en común para nombrar a Fidel Castro, Pablo Neruda y Ernesto Sabato:




5. En éste dice algunas cuantas cosas sobre Hitler:



6. En éste continúa diciendo algunas cuantas cosas sobre Hitler:

7. En éste termina de hablar algunas cuantas cosas sobre Hitler –y van tres, o sea, mucho tiempo hablando de nazismo, para lo que hay que tener amplios conocimientos históricos sobre el fenómeno… como Bolaño–:


8. En éste habla sobre Roberto Bolaño, y lo alaba:


9. En éste continúa diciendo esas interesantes cosas sobre Roberto Bolaño:

Y para terminar, una pregunta en pro de hallar al locutor misterioso: ¿será que se le puede encontrar entre los que están evidentemente influenciados por Roberto Bolaño (cosa común en Argentina)?  

sábado, 14 de julio de 2012

Oficio de escritor: Eric Schierloh



Entrevista / Escritor, editor, traductor.

Nació en Buenos Aires en 1981. Hasta la fecha ha escrito las novelas “Formas del humo” (premio del Fondo Nacional de las Artas, 2004; Beatriz Viterbo, 2006), “Kilgore o Todo vuelve a su cauce más pronto o más tarde” (finalista del I Premio de Novela Bruguera Editorial, España; Bajo la luna, 2010), “Donde termina el desierto” (premio del Fondo Nacional de las Artes, 2009; Bajo la luna, 2012), “Maguey o El cuaderno tapatío y La memoria de los peces”. También los libros de poemas “El Mamut” (Poesía reunida 2001/2004, próximamente en Bajo la luna), “El Hombre-Montaña” (Poesía reunida 2004/2006), “La Matanza del Ternero Cebado & la Insurrección de los Lúcidos en la Región del Maíz, Mattawamkeag” y “Frío en las regiones equinocciales” (próximamente en Barba de Abejas).
Con becas de investigación del Fondo Nacional de las Artes realizó las primeras traducciones al español de la poesía de Herman Melville, Lejos de tierra & otros poemas” (Bajo la luna, 2008) y de Henry David Thoreau, “La canción del viajero & otros poemas” (Barba de Abejas, 2012). Además, ha traducido uno de los diarios de Melville, “Diario a bordo del Meteor (1860) & otros textos” (próximamente en Bajo la luna), así como a Theodore Enslin, “Fin del invierno en Maine & otros poemas” (Barba de Abejas, 2012), Ralph Waldo Emerson, Raymond Carver, Dylan Thomas, Wilfred Owen y a algunos escritores de la Generación Beat, entre ellos a David Meltzer (próximamente en Barba de Abejas).
Y, como si fuera poco, dirige la editorial artesanal & digital Barba de Abejas, con sede en la ciudad de City Bell, provincia de Buenos Aires, Argentina, donde además reside.

En resumen, ha quedado claro: es escritor, editor y traductor, y docente, además. Lo cual quiere decir, para bien del propósito de esta entrevista, que se trata de alguien que puede decirnos algunas cosas sobre el oficio de escribir.

*

¿Qué le gusta más: escribir, editar o traducir; novela o poesía (qué con el cuento)? ¿Hay una prioridad entre todo o es un conjunto indivisible?
Escribo mucha poesía, a mano en libretas y en ratos libres, bastante salteado, y novela por las mañanas en la computadora, aunque siempre apunto fragmentos de capítulos en las libretas donde escribo poesía. En cuanto a la traducción, prefiero también la poesía, porque me permite concentrarme mucho tiempo en un texto relativamente breve. No esquivo traducir prosa, pero disfruto más la traducción de poesía pues es una especie de microtraducción, o una traducción más milimétrica, si se quiere. Me temo que si encarara la traducción de prosa con el mismo ánimo con que encaro la de un poema me demoraría un par de meses en una docena de carillas. Disfruto mucho escribir y traducir, por igual, y creo que todo eso es parte de una forma de vida. Casi no he escrito más que tres o cuatro cuentos, y dos de ellos terminaron siendo novelas. Es el género que menos leo y, sospecho que por esa razón, el que menos escribo.

¿Cuál de sus novelas o cuáles destaca?
No sé si la destaco, pero la última, Donde termina el desierto (recién publicada en Buenos Aires por la editorial Bajo la luna), trabaja con varias tradiciones bastante disímiles: la ciencia ficción apocalíptica (y hasta de zombies en cierta forma), la del viaje quieto, la poesía y filosofía japonesas, y está también esa tradición maravillosa del viaje marino. La primera versión la escribí a mano en un cuaderno en dos semanas; eso también la destaca al lado de las demás, más extensas en todos los sentidos.

¿Alguna lo decepciona a esta altura?
Hasta el momento ninguna de mis novelas me ha decepcionado. Claro que con el paso del tiempo asumo que les iría retocando alguna cosilla, pero ya llegará ese momento si alguna vez es absolutamente necesario reeditar alguna de ellas.

Sus números: Cuántas novelas, libros de poesía, cuántas traducciones.
He escrito cinco novelas (tres de ellas publicadas), una docena de libros de poemas (próximamente se publicarán los primeros cuatro bajo el título común de El Mamut), y he armado y traducido unos seis o siete libros.

¿Cuántos libros ha editado con Barba de abejas?
Por el momento dos antologías de poesía bilingüe, de Henry David Thoreau (La canción del viajero & otros poemas) y de Theodore Enslin (Fin del invierno en Maine & otros poemas), aunque estoy terminando los próximos tres, de David Meltzer, D.H. Lawrence y uno mío, todos de poesía, todos volúmenes dobles. La editorial está pensada para lanzar entre 2 y 3 títulos con cada nueva estación del año. Hasta ahora no ha fallado, aunque es cierto que los libros están saliendo más sobre el final de las estaciones que sobre el comienzo…

Cuénteme algo sobre usted.
Vivo en City Bell, una pequeña ciudad a 50 kms de la Capital Federal. Aquí en la casa somos cinco, Julia, Jack & Emma (nuestros hijos) e Irlanda, nuestra gata; pronto seremos seis, pues se sumará una perrita diminuta que los niños ya bautizaron Lupita. Trabajo medio día en la escuela secundaria tratando de enseñar literatura, y el resto del tiempo me dedico a escribir, traducir, editar y hacer libros y dibujar. Los fines de semana doy un taller literario a ocho o nueve chicos con algunos intereses más o menos serios en la escritura. Todo lo que gano con la literatura (y más, claro) me lo gasto en libros, materiales para hacer libros o máquinas para hacer libros cada vez más cuidados y en cierta forma diferentes. Me gusta ir de pesca, fumar y que el invierno dure mucho. Publico mis libros en una editorial de Buenos Aires (Bajo la luna) y dirijo mi propia editorial artesanal (Barba de Abejas, http://barbadeabejas.blogspot.com/), que pronto también será digital (www.indiebooks.com.ar). Creo que con eso es suficiente.

¿Cómo descubrió que le gustaba escribir y que era esa su vocación?
La verdad es que me di cuenta de que no iba a ser un buen guitarrista (o al menos no uno muy constante) y entonces intenté escribir. Y la verdad es que me ha ido mejor escribiendo que tocando la guitarra (algo que de todos modos sigo haciendo, claro); quiero decir que he logrado algunas cosas casi sin proponérmelo, aunque si me preguntaran qué es lo que quiero hacer en realidad, bueno, diría que lo que quiero es tener una banda pequeña de 3 ó 4 amigos, pasar temporadas de 2 ó 3 meses en una camioneta recorriendo pueblos y ciudades tocando y escribiendo diarios de viaje y sacando fotos de puentes abandonados y animales muertos tirados al costado de las rutas, y grabar discos low-fi en garages, &c. No es que cambiaría una cosa por la otra, pero…

Cuándo estuvo decidido a ser escritor, ¿cómo se formó?
Me formé en el altillo de la casa de mis padres: vendí mi guitarra, mi amplificador y hasta los cables y me compré unos 100 libros. A eso le sumé otros tantos libros de la biblioteca de mis padres. Lo que hice fue leérmelos todos en algo más de un año; incluso los que no me gustaban; era como un ejercicio de formación. De tanto en tanto estudiaba algo para la carrera de letras, pero lo que en verdad estaba haciendo era leer para la carrera de escritura, que aquí no existe. Por cierto: empecé copiando a los poetas surrealistas, algo que no se puede hacer en una guitarra (creo).

¿Haber ido a la facultad le ayudó a aprender a escribir o le aportó más en otro sentido?
Haber ido a la facultad me quitó mucho tiempo para leer lo que quería, pero me permitió conocer autores y libros que tal vez hubiera tardado mucho en cruzarme siguiendo mi propio camino (Nota: también es cierto que llegué a muchos de los mejores libros que he leído gracias a los libreros de mi ciudad. Y ese podría ser un buen consejo para un escritor joven: que recorra librerías de viejo y hable con los libreros, que pregunte hasta que lo odien o, por fin, se acostumbren a su presencia fantasmal y le inviten un café.) La verdad también es que para escribir (para escribir ficción y sobre todo para escribir poesía) lo más importante es vivir la mayor cantidad de experiencias posibles, tener un buen grupo de amigos, y cosas así. No creo que sea más importante estudiar Letras de lo que puede llegar a serlo estudiar Antropología, como fue el caso del viejo Kurt Vonnegut.

¿Qué solía leer en su infancia, luego en sus veintes y qué lee ahora?, ¿cómo ha cambiado su gusto y su forma de leer?
En mi infancia no leía casi nada, algún libro de vez en cuando; la verdad es que prefería ir de pesca, hacer deporte y desarmar cosas, o romperlas directamente. Hacia los 15 empecé a leer a Poe, Hawthorne, Melville, Twain, y mucha poesía; eso nunca ha desaparecido. Luego se agregaron los escritores del siglo XX que mi padre tenía en su biblioteca (como Chejov, Maugham, Hemingway, Cortázar o Borges), y eso tampoco se ha ido. No creo que haya cambiado el gusto, sino más bien que se ha ampliado y fragmentado (a veces estoy leyendo tres o cuatro libros a la vez, y traduciendo otro, ¡y escribiendo dos! En fin…).

¿Cuáles han sido sus influencias (incluyendo la música) y cómo le han servido?
Para mí MetallicA recorriendo los Estados Unidos en una camioneta y tocando para 150 campesinos a la orilla de un arroyo infestado de caimanes a comienzos de la década de 1980 (es decir, mientras yo gateaba) es tan aleccionador como la poesía de Rimbaud, como las primeras novelas de Melville, como la soledad de Juan L. Ortiz, la epifanía de Bob Dylan, 3 meses intensos en los que tocamos covers de Nirvana, Ramones, Él mató a un policía motorizado, Black Sabbath, Peligrosos Gorriones y Massacre con unos amigos en un garage de la casa de Buck, mi amigo-hermano, etc. A mí me influencia ese impulso de que las cosas avancen sin mirar más allá. Después vienen los estándares, las mesetas de la comodidad, que están bien ganadas, pero que pueden hacer que se pierda mucho de esa inercia inicial, algo vertiginoso que indudablemente está ligado a la adolescencia y la irresponsabilidad. Kurt Vonnegut decía que el artista tiene que luchar contra sus propias limitaciones; eso es lo que me influencia. Leer escritores luchando por salir de un embrollo en el que ellos mismo se metieron sin saber muy bien por qué, el rock desprolijo pero auténtico, las letras simples pero que te explotan en la mente, no los poemas que te dejan mudo sino los libros de poemas que se leen de corrido como un diario.

¿Cómo se sintió al terminar de escribir su primer texto largo, y luego, cuando fue publicado por primera vez?
Escribí mi primera novela en cuatro meses, en una computadora muy vieja en la que apenas se podía correr algún programa más o menos básico y que todavía debe estar guardada en algún lugar en la casa de mis padres. La verdad es que cuando la terminé me pareció como estar de viaje, y quería seguir. Así que incluso antes de corregirla ya estaba escribiendo otra, y mientras escribía la segunda estaba pensando en la idea de otras dos. Luego de corregir Formas de humo, mi primera novela, la envié a un concurso, obtuvo un tercer puesto y con el dinero que gané la publiqué en la editorial rosarina Beatriz Viterbo. Verla impresa es un gran momento, pero la verdad es que eso dura poco; un libro está quieto, y se publica cuando uno ya está dos o tres libros delante. Lo que yo quería era seguir moviéndome con la escritura, avanzar. Es un momento excitante cuando se ve materializado lo que uno hizo, pero no deja de ser efímero. Para mí la escritura, la emoción del movimiento constante de la escritura, es el único móvil perpetuo que existe.

¿Tiene una disciplina o algún ritual para escribir o lo hace de manera aleatoria y cuando siente que es momento?
Trato de escribir por la mañana, pero en realidad escribo cada vez que puedo. Siempre tengo libretas, o cuadernillos a la mano. La disciplina sirve para cumplir con tiempos que uno se fija (y entonces trato de utilizarla, por ejemplo, en los proyectos de traducción); la ficción la escribo a los saltos, en medio de otros proyectos y de lecturas alternadas, como ya dije, en agujeros temporales de rutinas, y tal vez eso haya determinado algo su forma.

¿En qué momento empezó a hacerse consciente de todos los componentes de la prosa y la poesía? Y desde entonces ¿qué tanto corrige y revisa, qué tantas inseguridades tiene?
Me parece que siempre se escribe desde la inseguridad. Trato de no ser muy consciente de los mecanismos de la escritura: una vez que se dominan más o menos naturalmente algunas cuestiones muy básicas (la creación de un personaje, delinear un argumento nimio, bosquejar una trama llena de espacios vacíos o pozos) se puede escribir con casi nada planeado, en terreno no seguro, digamos. Prefiero la sorpresa de la escritura (y el fracaso, evidentemente) que la seguridad de la historia bien construida. Es un defecto, lo sé, pero tiene que ver con disfrutar más del proceso que de lo que los demás esperan del resultado (incluido yo mismo). Para mí la ficción tiene algo de diario, y el diario tiene el único plan de la contingencia.

¿Entre sus amistades cuenta con colegas? ¿Al criterio de quién somete sus nuevos textos?
Mis textos los leen algunos amigos muy cercanos y mis editores. Siempre acepto sus sugerencias y no pocas veces han modificado mis textos. Siempre les agradezco, textualmente. Tener un editor que siempre va a decirte algo por el bien de todos, del texto, del libro y del escritor, es otra de esas cosas que hay que cuidar y agradecer.

(LUEGO VINIERON LAS TRADUCCIONES)

¿Cómo ha sido su relación con el inglés?
La segunda lengua en mi familia es el francés, así que digamos que estaba acostumbrado a lo de tener o escuchar otro idioma. En lugar de estudiar con mi madre, me interesé por las letras de algunas bandas de rock que escuchaba; luego pasé a la poesía de los románticos ingleses, de los beats, y de allí a la literatura norteamericana del siglo XIX y XX. Nunca lo estudié académicamente, sino de la misma forma que “estudié” la escritura. Aunque, ahora que lo pienso, si hubiera estudiado con mi madre entonces tal vez podría haber imitado mejor a los surrealistas…

¿Suele estudiar gramática y lexicología?, ¿cómo se prepara un traductor literario?
Suelo estudiar esas cosas cuando son curiosidades o bien cuando son un problema, cuando me encuentro con un caso que no puedo resolver o que simplemente me despierta curiosidad; después de eso, me queda más o menos incorporado. Creo que la mejor preparación para la traducción es la lectura y la relectura de una obra, y los muchos borradores. Mucha lectura acumula “problemas”, y si esos “problemas” se van solucionando con una gramática o con ensayos de traducciones, pues entonces se va aprendiendo una lengua para traducirla (aunque no necesariamente para hablarla, claro).

¿Recomienda a quien quiera escribir leer en otros idiomas?
Sí, pero en la misma medida que podría recomendarle viajar y escuchar el habla de otros lugares, y escuchar música, y leer sobre la vida de los pintores, y ver películas. Leer en otro idioma es abrir el panorama a una lectura más profunda, pero no creo que sea imprescindible. Como lector es una ventaja indiscutible, porque se puede acceder a un texto 1, 2 ó 10 años antes de su traducción al español (eso por no mencionar los casos en los que la lengua de origen de un texto es el único puente para abordar esa obra, como lo fueron para mi los casos de la poesía de Melville o Thoreau, o sus diarios). Como escritor la verdad es que no creo que sea imprescindible, a no ser que se quiera escribir un Ulises el doble de desquiciado.

¿Por qué Melville, Carver, Thomas, etc?
Melville es uno de esos viejos tercos inamovibles: se ha conseguido un lugar del que difícilmente vayan a sacarlo con lecturas tontas o inocentes de sus libros; creo que es el Shakespeare de la literatura de los Estados Unidos, y el más borgeano de los escritores estadounidenses del siglo XIX: lo que hizo  con los géneros literarios, con la escritura de ficción, y con su propia vida es maravilloso, casi como lo son Joyce o Gaddis en el siglo XX: ellos son mojones en el largo camino de la evolución (sin progreso necesariamente) de la literatura. Thoreau es raro y está solo, y es más terco que todos los otros juntos, y aunque muy poco le importe lo que pensemos de él y de sus libros. Carver fue un gran descubrimiento, igual que Buckowski como poeta. Dylan Thomas es el poeta del rock, aunque no haya fotografías de él con anteojos de sol: era imposible escuchar a Velvet o a Bob Dylan y no terminar sumergido en sus poemas. Me parece que Lou Reed es el otro gran poeta del rock, y por cierto él sí tiene muchas fotografías con anteojos de sol.

¿Podría pensare únicamente en las traducciones como una forma de ganarse la vida?
Creo que podría hacer una traducción por encargo siempre y cuando sea de un escritor que yo mismo quisiera traducir, o que me inquiete, y siempre y cuando me dieran además todo el tiempo que necesite. Afortunadamente, nada de eso va a ocurrir muy pronto que digamos.

¿De qué vive?
Vivo de mi trabajo de profesor, y eso me permite ser absolutamente libre en lo que quiero escribir o traducir; puedo tomarme el tiempo que quiera, traducir lo que quiera y editarlo como mejor me parezca y cuando quiera. Esa libertad no tiene precio si uno cubre las necesidades básicas (digamos: tener una casa y poder pagar sus cuentas) y no aspira a tener un automóvil nuevo cada dos o tres años, irse muy lejos de vacaciones o cosas por el estilo.

(LUEGO VINO LA DOCENCIA)

¿La docencia es una forma de asegurar sus ingresos o estaba dentro de sus planes?
Siempre estuvo al margen de mis planes más importantes, pero de una u otra forma estuvo en mis planes desde el momento en que me decidí por una carrera universitaria, aunque ya antes del principio la entendí como una forma de comprar la libertad de la que hablé antes. No es sólo eso, pero es en gran parte eso. Lo hago con mucho gusto, pero la verdad es que es lo seguro que me permite arriesgarme en lo no seguro. Soy como alguien que trabaja en una carpintería por la mañana y se va a surfear toda la tarde.

¿Cree que es imprescindible estudiar para ser bueno con la literatura?
Si uno escribe o quiere escribir siempre está estudiando cuando lee; eso en cierta forma es una pérdida de frescura en la lectura, pero permite también entrar en un texto como se entra a un bar lleno de amigos más o menos conocidos, ¿no?

¿Qué piensa acerca de los estudiantes que llegan a sus clases, del nivel (creatividad y originalidad) de los más jóvenes?
Creo que viven en un mundo de estímulos muy rápidos, cambiantes y profundamente visuales. No creo que esté mal, creo sí que no se lleva muy bien con la lectura (tradicional al menos) de ficción. Trato de transmitirles la pasión por la lectura y la escritura de literatura, pero lo cierto es que se logra en 1 de cada 20 ó 30 casos.

¿Enseñando, ha aprendido algo útil para su oficio?
Ponerte en el lugar del que va a “enseñar” te enseña antes que nada a cultivar o profundizar la humildad; te obliga a repreguntarte muchas cosas, y en ese sentido es un trabajo muy fructífero espiritualmente. Eso es lo mejor de la docencia: que te obliga a repasar y repensar todo el tiempo cosas que das por sentado, que no necesariamente llegan como uno cree y, tal vez por sobre todo lo demás, la docencia necesita de frescura, de improvisación, de agilidad, de adaptabilidad, y eso siempre es bienvenido. Enseñar es como nadar contracorriente: y eso, al menos por ahora, me parece estimulante.

(LUEGO VINO EL CAMPO EDITORIAL)

Ahora, teniendo en cuenta la cantidad de personas en el mundo y que hay más aspirantes a ser escritores, ¿cree que hay espacio para todos?
Creo que hay lugar para todos, claro, y que cada uno, si lo hace con verdadero esfuerzo y pasión, ya irá encontrando su espacio: tarde o temprano llega. Estamos hablando de espacio simbólico, no de un viejo teatro con 1000 butacas, 940 de ellas ocupadas. Afortunadamente el capital simbólico de una región, lengua, país o lo que sea puede crecer sin límite, y a eso deberíamos aspirar todos, cada quien con lo suyo.

¿Qué sensación le despierta ver que la gran industria editorial tiende a publicar cosas caras pero de poco valor, efímeras e irrelevantes?
Me molesta que se editen cantidades impresionantes de material a sabiendas de que sólo se va a vender un cierto porcentaje más o menos fijo, determinado por el estúpido shock de la publicidad y la especulación: así funciona la industria: si imprimo 1000 vendo 300, si imprimo 10000 vendo 2900, y el resto a saldo o a pulpa. Me parece un comportamiento neurótico, que además atenta contra la construcción de un catálogo, que es como la espina dorsal de una editorial, ¿no? Por otro lado, trato de contrarrestar esa suciedad visual y mental dedicando mi tiempo a husmear en la proliferación de editoriales medianas (medianas porque han crecido a fuerza de trabajo), pequeñas o directamente minúsculas, como es el caso de Barba de Abejas. En este sentido la industria del libro no es diferente de la del cine. Hay que buscar en otros lugares, y tratar de encontrar (me refiero a no ponerse conservador, o demasiado exigente) para que la búsqueda continúe siempre. Lo cierto es que la industria del libro está llena de animales invertebrados que editan libros como lo mismo podrían vender zapatos.

¿Qué le parece más sano para la cultura: que cada vez haya más escritores o más editoriales?
Ambos, siempre y cuando apunten, de una u otra forma, a construir una alternativa (por pequeña que sea) vertebrada.

¿Le parece que debería imprimirse menos?
Por una cuestión ecológica (aunque es una parte pequeña del problema de la deforestación) sí, y además por esa neurosis estúpida del “quemar para rodar” de las industrias que me molesta y mucho. Creo que el libro digital nos puede ayudar con eso, al menos con eso. Creo también que si hubiera buenas bibliotecas públicas los compradores de libros no comprarían por terror, como ocurre aquí en Argentina, donde muchos compramos libros porque sabemos que van a tardar muchos años en reeditarlo, si es que lo reeditan alguna vez. Pongo un ejemplo: que alguien intente conseguir los libros de cuentos de una de las mejores cuentistas de los Estados Unidos, Lorrie Moore, que aquí se publicaron digamos hace diez años.

(BARBA DE ABEJAS)

¿Cómo ha sido su formación como editor?
Me estoy formando (al igual que como escritor, padre, pescador, etc) leyendo y hablando mucho con las personas que ya lo han hecho antes: en el caso de la edición, en invalorables y largas charlas con mis editores de Bajo la luna, Miguel Balaguer y Valentina Rebasa; trato de participar del proceso de edición de los libros, pero por sobre todo imaginando cómo haría yo determinado libro que encuentro: pensando cosas como diagramación, materiales, oportunidades en la traducción, etc. Hablar con “los viejos” (o con los que nada saben al respecto y entonces tienen ideas descabelladas) siempre es bueno. Hay dos clases de personas que pueden decirte qué hacer: tu abuelo y tu hermano menor o tu sobrino. Uno te va a decir algo objetivo, digamos que estudies para profesor de escuela, y el otro te va a decir un sueño, algo como por qué no ser astronauta. En mi caso, profesor + astronauta = escritor.

¿Dónde aprendió todo lo que sabe sobre maquetado, imprenta, papel, corte, prensado, encuadernación?
En mi minúsculo taller: he destrozado libros para verlos desde adentro (como hacía con todo lo demás cuando era niño), he cortado y cosido materiales impensados para un libro (¿un ejemplo?: las tiras de tela sintética de las bandas depilatorias), he impreso muchas locuras de formato simplemente para ver lo ilegibles que quedaban, he plegado papel hasta creer que era medio japonés, la diagramación y la tipografía son mundos infinitos que explorar, etc. Aquí hay prueba y error, y muchas sonrisas y dedos cansados (cuando no cortados) al final.

Barba de Abejas es un pequeño gesto de rebeldía, al parecer y en cierta medida, contra la típica estructura mercantilista editorial. ¿Que opina al respecto, es así?
Así enunciado puede prestarse a confusión. Me gustaría explicarlo de este modo: los libros de Barba de Abejas son libros con mucho trabajo encima en todos los aspectos, y eso me parece que se nota cuando los lectores llegan a ellos. Las tiradas son de 50 ejemplares y se reeditan también de a 50 o por demanda si no hay una reedición en curso. La rebeldía de un proyecto como este y tantos otros tiene que ver en todo caso con ubicar los libros de una forma también artesanal, pensar en un lector y contactar con él, acordar con los libreros un plan de trabajo que implica que van a ganar menos de lo que ganarían con un libro industrial, participar del boca en boca, tener todo el tiempo del mundo para esperar, construir un catálogo, etc. Creo que la rebeldía pasa por dejar de soñar con insertar los libros en una editorial enorme y ponerse a editar uno mismo, creando la imagen de la editorial, el diseño, buscando los materiales, aprendiendo cosas nuevas, caminando mucho, etc. La rebeldía de la edición minúscula alternativa o independiente pasa por la acción en lugar de por la tonta especulación de sueño americano.

¿Qué planea editar más adelante?
En lo que queda de este año saldrán (próximamente, como parte de la temporada invierno): Tortugas en la bahía de D.H. Lawrence, Ladrido. Una polémica & El Arte / El Velo de David Meltzer, Costamarina (seguido de Diario de Costamarina) de Eric Schierloh; (en Primavera) Caminos secundarios a pueblos lejanos de Matsuo Bashō,
Por favor, planta este libro de Richard Brautigan; (y en el verano) Der Struwwelpeter de Hoffmann traducido por Mark Twain de Heinrich Hoffmann y Naturaleza de Ralph Waldo Emerson. El año que viene saldrán 2 libros más de Henry Thoreau (Diario de Walden. Notas en la laguna) y de Theodore Enslin (Panorama de New Sharon), y hay planeados libros de poesía/viajes/ficción de Mary Shelley, Herman Melville, Stendhal, Tocqueville, Arthur Rimbaud, el indio apache Gerónimo, Robert L. Stevenson, Thomas Bailey Aldrich, Robert Frost, James Joyce, Wilfred Owen y Captain Beefheart. Y siempre, siempre hay o hacemos lugar para sorpresas descabelladas que siempre, siempre nacen de un sueño o de un desafío.

 Maurice Brosandi Betancourth

martes, 3 de julio de 2012

Editor: Daniel Jiménez Quiroz


Editor / Entrevista




En este caso hablaré de un personaje muy interesante, cuya personalidad se compone, respecto a su trabajo, de prudencia, necedad y altruismo. Con la prudencia le ha bastado para llegar a ser un editor destacable; de la necedad se ha valido para asumir la ardua tarea de contribuir a encarrilar la cultura colombiana por otras sendas; y por altruista es que se esmera en hacer su trabajo con responsabilidad, porque ¿acaso no es un filántropo quien da valor a la expresión de una generación que tiene mucho por decir?


Daniel: Jiménez por apellido materno, Quiroz por paterno. Es oriundo de la ciudad de Medellín y, desde hace mucho tiempo, radicado en la también colombiana ciudad de Armenia. Tiene 24 años y los últimos 5 los ha dedicado a gestar, consolidar y pulir la revista Larva.




Prudencia: 
Conozco personas que aman cantar y se autoproclaman “muy apasionadas”, pero incapaces de regalarse una serenata mientras cocinan o se duchan. Conozco personas que se dicen carentes de pasiones, pero capaces de hablar con efervescencia un día entero sobre futbol o jugarlo en cualquier del día o la noche. En Daniel, por ejemplo, la pasión está, y la reconoce, pero no la pregona, pues es tan modesto como apasionado. Únicamente los observadores pueden advertir los signos que su modestia oculta.
Yo, que lo conozco, he logrado dar con algunos de esos signos. Si algún día se encuentra con el ánimo o el humor caído, puede ayudársele poniendo en sus manos algún cuento bien escrito o un artículo con estructuras no convencionales. Su paciencia es otro indicador: si tiene mucha, puede suponerse que anda escrutando buenos contenidos, con errores inofensivos, si los hay; si tiene poca, hay que suponer lo contrario, o imaginar que ha dado con un exceso de clichés y puntos comunes decepcionantes. Al escucharlo hablar también pueden identificarse algunos signos: Habla con calma, fijando la vista en algún punto cuando dubita para luego soltar intervenciones que concluirían, de estar escritas, con un punto seguido o punto aparte. Nunca en comas o en puntos suspensivos. Así es la conciencia del lenguaje.

Ser editor es complejo: se requiere capacidad para afinar el criterio, buen apetito para leer más que los demás, valor para no desesperar, tacto para no herir a nadie, curiosidad para no consternarse y disciplina para controlar al espíritu. Hay que contar con mucha disciplina para, a pesar de ser joven, brindar y beber únicamente en ocasiones especiales, que en este caso vendría a ser cuando una nueva edición de Larva se termina de imprimir y está lista para ser lanzada.



Daniel, ¿Qué es lo que le gusta más de ser editor?
“No estoy seguro; supongo que se trata de una mezcla de cosas, un coctel de gustos permitidos y perversiones disimuladas. No podría escoger una sola cosa. Tropiezo en varias: Me gusta esa posibilidad de ser un lector, de alguna forma, privilegiado, un lector que conoce de primera mano el trabajo de un autor y que se pone en la tarea de entenderlo, de ayudarlo a madurar y de lograr que se difunda. Me gusta, además, esa voluntad que se logra para ser un lector sabueso, es decir, alguien que va por ahí a la búsqueda de nuevas obras valiéndose de su criterio, de su gusto, de su curiosidad y su creatividad. Eso me gusta, me agrada que la curiosidad sea una de las principales herramientas de eso que llaman ser editor. Ahora, mis respuestas son un lugar habitual para este oficio, supongo. No miento con esto: apenas comienzo a caminar por estas movedizas tierras, así que a la próxima prometo otras respuestas y, ojalá, afinadas preguntas, dudas. Eso es un buen combustible.”


Larva es una revista de expresión visual de publicación trimestral, que por contener historietas, es la única de su género en Colombia. Hasta este punto del calendario pueden leerse 15 ediciones, y mientras tanto se trabaja en la decimosexta. Se especializa en difundir el comic dentro y fuera del país y a promover la producción nacional. Su contenido es innovador, su diseño especial y pulcro; además de las clásicas viñetas, incluye artículos sobre cuestiones afines, y, de vez en cuando, un cuento o algo por el estilo.




¿Qué lee en historietas y qué ve de interesante en lo que selecciona?
“A ver si entendí: ¿Qué lecturas generales tengo en historietas? No sé, trato de leer de todo, todo lo que me pase por los ojos está sujeto a ser leído. Me divierto haciéndolo así. Ahora, no todo lo selecciono, claro. Si bien leo de todo (o trato), no con todo me emociono. ¿Qué me emociona? Trabajos con personalidad, cómics con una voz. Estilos de dibujo con un trazo, una línea particular y reconocible. No tiene que ser los trabajos mejor dibujados, de la perfección y el juego "espectacularista", más bien me gustan los cómics con un dibujo preciso, propio, algo en lo que se note una búsqueda de parte del autor, y claro, que sea coherente con lo que narra. Narrar. Eso es lo otro. Me gustan los cómics que se atreven a explorar las posibilidades narrativas del medio, esos trabajos que juegan con sus fronteras y que, si son ambiciosos, retan los límites y dialogan con otras formas narrativas. Me gustan los trabajos con referencias, con detalles, cómics que no subestimen al lector y quieran sacudirlo. “


Su formación como lector es un factor importante; con el tiempo se ha encargado de entrenar su gusto hasta hacerlo bueno, y a su vez, por tratarse de una autoridad  en la materia, ha motivado a los autores a adiestrar las muñecas y ejercitar la narrativa para obrar con buen gusto.

En los últimos años, en Colombia, viene gestándose un movimiento cultural muy peculiar. Son los jóvenes, de entre 35 y 18 años, quienes con su entusiasmo y pragmatismo, más están aportando a la cultura del país. Anteriormente, si un colombiano quería dedicar su vida al arte, la música o las letras, por ejemplo, debía contar con el favor de una posición social alta o con una extensa popularidad para, además de darse un gusto de ese calibre, alcanzar el fin de ser vendido y respetado. Ahora, asemejándose un poco más al nivel de Argentina o de México, la opción de entregar la vida a pasiones artísticas tiene menos trabas, y lo que antes se asumía con el respaldo de la buena publicidad, ahora se puede lograr simplemente con el talento. La calidad se empieza a consolidar como el principal factor excluyente, como debe ser.



¿Que opina del panorama cultural - el movimiento- que se está dando en Colombia entre los jóvenes?
“Quiero creer que estamos pasando por un buen momento. Surgen y se consolidan propuestas valiosas, con una personalidad y un criterio muy definidos, y con atrevimiento. Y es ese atrevimiento el que creo nos caracteriza a todos, esa forma de hacer las cosas sin tener que estar atados a los modelos de antaño o a los temores de siempre. Somos muchos, y existe mucho talento, pero creo que sólo con el tiempo se podrán confirmar algunas cosas. Como dije, quiero creer que estamos pasando por un buen momento. Ojalá esa duda nunca pierda su sentido.”


Necedad

Colombia es un país complejo, especialmente complejo para la juventud, lleno de costumbres que se resisten a evolucionar con el tiempo.

En las familias, cuando es hora de que algún recién graduado elija una facultad para formarse, se le intenta persuadir de optar por carreras que no pongan en riesgo su futuro económico ni la tranquilidad familiar. Siempre se necesitan abogados, administradores o contadores. El oficio de ser padre se complica cuando el hijo muestra un gran deseo de ingresar a una facultad artística o humanística.

Entonces tenemos al necio de Daniel, quien además de ir en contravía al común de sus contemporáneos, se place en contrariar las adversidades del ambiente. Estudió Comunicación social, una carrera que suele verse con recelo; ha sabido sustentar su decisión ganándose becas de investigación, dadas por el Banco de la República, y el apoyo de entidades públicas y privadas para llevar a cabo, de la mejor forma, todos sus proyectos.

Que en territorio nacional los comics pagan impuestos de circulación tan altos como los de la industria de la pornografía o los juegos de azar: pues entonces se hace lo posible por no dejarse vencer, y, de paso, hacer el intento de pedir clemencia, de que alguien corrija la ley. Que la gente suele comprar siempre las mismas revistas y los mismos diarios: entonces se vende la revista en más lugares y se conciencia a quien se deje de no caer en el error de negarse el placer de la variedad.

Cada vez que  hace una mejora en la tinta o aumenta la calidad del papel, está burlando los viejos paradigmas nacionales y demostrando que cree en su generación y en lo que hace.



¿Por qué historietas y no otra cosa en un país donde casi todo es desconocido?
“No estoy muy seguro de entender la pregunta. Es decir, ¿por qué me dediqué a editar historietas y no a "descubrir" otra cosa? El oficio de editor, en gran medida, es un oficio de ego. Se hace, se lee, se publica lo que se quiere, bajo un criterio, claro, pero con una visión, una pretensión subjetiva. Me gustan las historietas (si bien leo y me hago a muchos otros tipos de "contenidos"), así que fue natural sentirme atraído hacia esto. No soy dibujante, no soy autor de cómic, así que de entrada mi reto ha consistido en inventarme como un editor de cómic en un país en el que la figura nunca ha exisitido sólidamente. Suena muy pretencioso, lo sé, pero así es. La figura de alguien dedicado exclusivamente a la edición de cómic en Colombia sólo había tenido destellos, razones fugaces. Así que decidí dedicarme a esto, porque además de emocionarme y admirar el trabajo de los autores con los que trabajo, siento que ha sido toda una apuesta por crear algo, por dar algo nuevo. Tal vez me equivoque, tal vez.”


Pero eso no es todo. A la carga de adversidades hay que sumarle la ingratitud del comprador colombiano. Muchas veces se ha visto que interesantes empresas ofrecen sus servicios o productos, y tras un éxito notorio, caen sumidas en el abandono y el olvido.



¿Teniendo en cuenta que la vida cada vez es más estrecha y más cara y que para vivir lo más seguro es un empleo seguro, no teme nada estando inmerso en un país tan austero de vez en cuando?
Sí, pero alguien debe hacerlo.


Altruismo

Además de editar la revista Larva y, cosa que no había dicho, hacer parte de la Editorial Robot, Daniel dirige el festival “Entreviñetas”. El festival, que en septiembre de este 2012 llegará a su tercera edición, reúne estratégicamente en 5 ciudades a dibujantes nacionales y extranjeros, seleccionados con cuidado, con el propósito de promover la lectura y contribuir a la formación de públicos.

        Según los resultados de la anterior edición: fue un éxito, y, según sus participantes y asistentes, una experiencia estimulante.

        Hubo invitados de Argentina, Perú y Estados Unidos, entre los que destacan los reconocidos Matt Maden (USA) y Liniers (Arg.), quienes al igual que otros tantos más, recorrieron el país dando charlas y talleres, haciendo exposiciones, disfrutando la gastronomía y los paisajes y quedando con ganas de volver.



Todos estos son pasos para concretar una sinergia eficaz. Y así, de a poco y con el aporte de los interesados, se acomoda el panorama para que la cultura quede al alcance de quien la quiera, evitando que el espíritu de toda una generación termine vencido y convertido en mano de obra barata.



¿Pretende salvar o impulsar la literatura colombiana en el futuro?
“¿Salvar a la literatura colombiana?, ¿salvarla de quién o de qué? Que se salve ella. Si al menos trata de hacerlo por su cuenta, seguro encontrará lectores con quién celebrar. Ahora, si la pregunta se refiere a si en algún momento me dedicaré a editar literatura, la respuesta es: Sí, ¿por qué no?”



Maurice Brosandi Betancourth